21 de Agosto 2025 por Daniel Jorge
La vida del tibetólogo Sándor Kőrösi Csoma según Sven Hedin

En el tercer volumen de Transhimalaya, Sven Hedin relata su visita a la aldea de Kanam (Kanum o Kinnaur), situada en un valle en las cercanías del monte Kailash. En la aldea se encontró con varios lhakang (templos o edificios dedicados al culto budista), y en uno de ellos había un chorten (estupa) que presidía su centro. Guiado por uno de los monjes, el explorador sueco entró en uno de estos templos. Sabedor de que en esa zona había vivido una vez un lama europeo, Hedin preguntó a su guía: «¿Dónde se encuentra la celda de un lama europeo que vivió aquí?».
Entonces el monje condujo a Hedin a través de una escalinata que accedía al tejado plano de la fortaleza, y esta terminaba en una pequeña habitación. «Esta es la habitación donde un lama de Europa vivió una vez aquí». Pronunció el monje. Hedin escribió:
¡Un lama europeo! Suena muy improbable mas es verdad. Estábamos en la entrada de la celda en la cual el filólogo húngaro Alejandro Csoma de Körös pasó tres años de su vida.
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Boceto del exterior de la morada de Csoma en Kanam según Sven Hedin. Transhimalaya (vol III) |
Si bien la grandeza y reputación del húngaro sobrevive en los diversos libros y escritos que dejó publicados, no se sabe mucho de su personalidad y vida en general. Esto ha creado un halo de misterio alrededor de su persona que ha llegado hasta nuestros días. Un puñado de cartas que escribió y han sobrevivido nos ofrecen una percepción de su pensamiento y filosofía. Otros exploradores contemporáneos a Körös dejaron testimonio de su conocimiento.
Un tal capitán Johnson pasó por Kanam en 1827 y coincidió con Körös; de este escribió:
En esta ciudad hay una lamasería y una excelente biblioteca. Aquí conocí a Tchoma de Coxas (sic), un viajero húngaro, que se encontraba aquí con el propósito de descubrir el origen de los Hunos. Había estado en Ladaj, aprendido el idioma, pero tras haber despertado sospechas, se había dirigido al sur y encerrado en la biblioteca de Kanam. No era muy comunicativo y vivía como un ermitaño.
El tibetólogo Karl Friedrich Köppen escribió:
Csoma hizo de la tarea de investigar las raíces de los uigur su misión vital. Creía que éstos eran los supuestos ancentros, o al menos hermanos, de la etnia magiar. Tras haber investigado durante años, y sin resultados positivos y en situaciones muy adversas en Persia, Afganistán y el Turquestán; Csoma esperaba dar con la clave en alguna esquina en la remota Tierra de las Nieves. Sin embargo, antes de adentrarse en ese territorio, decidió aprender el idioma tibetano, y lo estudió primero en Ladaj, luego en Zangla, y, por último, desde 1827 en el monasterio de Kanam, cerca del río Sutlej, bajo la supervisión de un lama erudito. A pesar del frío y las penurias, Csoma consiguió dominar el lenguaje tibetano, convirtiéndose en el primer europeo en conseguirlo, y, al mismo tiempo, adquirió un conocimiento profundo de la literatura tibetana.
Para hacernos una idea de la importancia del trabajo de Csoma de Körös, basta leer las palabras que el notable explorador y erudito W. W. Rockhill escribió en su libro The life of the Buddha:
Cualquiera que haya echado un vistazo al análisis del Kanjur tibetano hecho por Alejandro Csoma de Körös, publicado en el volumen número XX de Asiatik Researchs, debe haberse sorprendido por la maravillosa paciencia y perseverancia de este extraordinario académico. Para hacernos una idea de la dimensión de su investigación, baste indicar que su análisis del Dulva, que no es más sino una décima parte del Kanjur, ocupa más de 4.000 páginas de siete líneas por página, cada una con un promedio de veintidós sílabas.
Sobre la trayectoria de Csoma de Körös, Hedin hace referencia al libro Life and Works of Alexander Csoma de Körös. A Biography compiled chielfy from hitherto unpublished data (Londres, 1885), escrito por el doctor húngaro Theodore Duka. Ahora paso a relatar el texto de Hedin.
Kőrösi Csoma Sándor, o Alejandro Csoma de Körös, nació en el año 1784, y en su juventud se dedicó al estudio de las lenguas orientales, teología, historia del mundo y geografía de manera entusiasta. Cuando alcanzó los treinta y seis años de edad dejó su país para siempre, y comenzó un largo viaje por el que se daría a conocer en los círculos académicos del mundo. Atravesó los Balcanes, navegó hacia Alejandría en Egipto, luego continuó por tierra hacia Alepo, Mosul, Bagdad, Kermanshah, Hamadán hasta Teherán. En aquella época, ningún europeo residía en la capital persa, con excepción del personal diplomático de algunas naciones.
Csoma disfrutó en Teherán de la hospitalidad británica hasta la primaverad de 1821, cuando partió, vistiendo ropas persas, hacia Masshad, Bujará, Balj, Khulm, Bamiyán y Kabul, como miembro de una caravana comercial. Casi siempre viajaba a pie. Desde Constantinopla (Estambul) hasta Bujará, prácticamente siguió la misma ruta que su famoso compatriota Armin Vambéry, cuarenta y dos años antes. Este viaje fue toda una hazaña. En aquella época era más difícil salir ileso de una travesía semejante que en los tiempos de Hedin. Csoma no dejó testimonio alguno de sus aventuras, no obstante, si nos fiamos de la cruda descripción que Vambéry produjo en sus memorias, nos podremos hacer una idea de los peligros que debieron rodear a Csoma. En el año 1890, Hedin viajó exactamente por la misma ruta que Csoma, y cuenta que se imaginó las privaciones que cualquier viajero podría haber sufrido setenta años antes.
Csoma de Körös se dirigió más tarde hacia Lahore, Cachemira y después a Leh (Ladaj). En un viaje de regreso a Leh se topó con el malogrado viajero británico William Moorcroft (julio de 1822), quien había completado una travesía memorable al lago Manasarowar diez años antes. Csoma encontró en Moorcroft a un amigo sincero, compartió residencia con él durante medio año, y recibió ayuda en forma de dinero en metálico, libros y cartas de recomendación. Fue gracias a Moorcroft que Csoma pudo pasar dieciséis meses en el monasterio de Zangla en Zanskar, donde compartió una celda de apenas tres metros cuadrados con un lama erudito y el sirviente de éste. Y fue allí donde se sumergió en el estudio de los libros sagrados. Descubrió que los 320 tomos que componen las bases de la religión y conocimiento tibetanos eran una traducción original del Sánscrito. Viviendo en la más abyecta pobreza, procedió a instruirse en ese nuevo mundo de conocimiento.
Invierno era especialmente una época dura. La pequeña celda no contaba con calefacción y Csoma ni siquiera tenía dinero para velas. Abrigado con pieles de oveja, se sentaba todo el día delante de escrituras tibetanas mientras fuera, en las montañas, arreciaban las tormentas de nieve.
En el año 1825, el Gobierno indio aceptó su propuesta de continuar tales investigaciones a cambio de un estipendio. Por aquel entonces, el mandato británico había comenzado a extenderse a lo largo y ancho de la India, y éste consideraba una prioridad aprender sobre los idiomas y las religiones de los pueblos vecinos. El Gobierno le ofreció una remuneración de cincuenta rupias al mes.
El proyecto de Csoma era de proporciones gigantescas. Se encontró con que el Kanjur consistía en 98 tomos, cada uno de medio metro de largo y veinte centímetros de ancho, que contenían más de 300 páginas. El Tanjur tenía 224 tomos con un total de 76.409 páginas, y había sido traducido y editado originalmente por unas 3.000 personas.
Durante esos años, Csoma residió en parte en Sabathu (en Kulu), y en parte en Pukdal (en Zanskar). En una de sus travesías visitó Kanam, y fue allí donde le contaron que las sagradas escrituras se guardaban en un monasterio del pueblito, tras haber sido transportadas desde Tashilhunpo unos cincuenta años antes. A partir de ahí, decidió establecerse en Kanam para continuar sus investigaciones y recibió del Gobierno indio el permiso de residencia por unos tres años.
En esa época, el doctor Alexander Gerard, que también había contribuido al conocimiento de la geografía del Himalaya, se encontraba en un viaje atravesando la misma región y llegó a Kanam. En una interesante carta fechada el 21 de enero de 1829, Gerard relata que había visto al erudito húngaro en aquel pueblecito romántico donde vivía rodeado de sus libros y vestía como los lugareños, incluso alimentándose de té con mantequilla como estos. Bajo unas circunstancias que habrían provocado a cualquier otro hombre caer en la locura, Csoma había recopilado unas 40.000 palabras tibetanas. Su profesor y asistente era el altamente educado y amigable lama llamado Bande Sangs-Rgyas Phun-Tsogs. A Gerard el húngaro le recordaba los filósofos de la antigüedad, pues estaba completamente absorto en sus investigaciones, y no tenía ni idea de lo que se decía o comentaba sobre él. No obstante, Gerard apreciaba todos esos tesoros insospechados que Csoma había desenterrado de la mina de oro que suponía la sabiduría tibetana. Aunque, al mismo tiempo, temía que el Gobierno no diese valor a este trabajo. Sí que estaba seguro que el día en que publicase la gramática y el vocabulario tibetano completo, Csoma sería el hombre más feliz sobre la Tierra, y entonces, una vez acometida su misión, podría finalmente morir satisfecho.
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Boceto de la celda de Csoma en Kanam según Sven Hedin. Transhimalaya (vol III) |
Csoma vivió en la pobreza, las cincuenta rupias al mes del Gobierno indio eran su única fuente de ingresos. La mitad era dedicada a pagar su mentor tibetano, el sirviente se llevaba otras cuatro rupias, y su alojamiento costaba una rupia al mes. Así que apenas le quedaban veinte rupias con las que tenía que proveerse de ropa, alimento, material de escritura o estudio, y demás enseres. Gerard escribió:
La aldea donde reside Csoma está en el límite superior del pueblo de Kanam, a una altitud de unos 9.500 pies. Alrededor de éste se encuentran los bucólicos aposentos de los monjes, cuyas ceremonias religiosas, sus cantos piadosos, etcétera; tienen una peculiar afinidad con las costumbres católicas. Justo debajo se encuentra el monasterio que contiene la enciclopedia (sic). El señor Csoma me mostró algunas de las mejoras que había efectuado a su cabaña: una chimenea, que le había costado doce rupias, dos rústicos bancos y un par de toscas sillas componían todo el amueblado de su pequeña morada.
A pesar de sus penurias económicas, Csoma mantenía su orgullo intacto, y no se permitía aceptar el más mínimo regalo de Gerard. Incluso llegó a rechazar los periódicos británicos que éste le enviaba. Arroz, azúcar, ropas; devolvía todo lo que le mandaba. Las únicas cosas con las que se quedó fueron una biblia en inglés, que se leyó en ochenta días, y un diccionario de latín y griego.
La miseria no tenía ningún efecto sobre el ilustrado húngaro. Parecía como si estuviese por encima de cualquier necesidad material. Había viajado durante años a través del oeste y el sur de Asia con míseros recursos, y había sentado las bases de una nueva rama de la ciencia (la tibetología) con el sueldo de un paje. Nunca salía de su celda salvo para conseguir más libros de la biblioteca. En verano vestía harapos que obtenía en Kanam, y en invierno se abrigaba con pieles de oveja. El trabajo era su vida.
Al final, desentrañaría con destreza el conocimiento de las profundidades del pozo de sabiduría tibetano, y entregaría el resultado de su trabajo al gobierno en Calcuta. Luego pondría su mira en Lhasa, para después desplazarse a Mongolia, dónde esperaba encontrar el origen de la civilización magiar. Pero el hombre propone y Dios dispone.
Llegaron a Calcutta las noticias de que Moorcroft había muerto en Andhvoy (Afganistán). Se le propuso a Csoma viajar hasta allí para recuperar los documentos del explorador inglés, pero el plan nunca se llevó a cabo. La Sociedad Asiática en Calcuta le otorgó cincuenta rupias mensuales como parte del trato, pero, aparementemente, Csoma se ofendió por la oferta y rehusó ir.
A finales de 1830 abandonó Kanam, donde había residido durante tres años; se despidió de su maestro y mentor, el buen Bande Sangs-Rgyas Phun-Tsogs, y se marchó a Calcuta, donde trabajó varios años como bibliotecario para la Sociedad Asiática, y supervisó la publicación de su gramática y diccionario inglés-tibetano. Allí también escribió un número de artículos expertos y tradujo secciones de la biblia al tibetano para el uso de los misioneros cristianos en Tíbet.
No alteró su modo de vida espartano en la capital. Tampoco participaba en los eventos de la Sociedad Asiática, ni se le veía por las calles. Callado como un brahmin, ordenaba los manuscritos tibetanos en la biblioteca y se encerraba en su habitación junto con sus papeles y documentos, donde vivía como un ermitaño y misántropo. A pesar de todo, tenía algunos amigos íntimos que lo visitaban con frecuencia. Los notables exploradores del Himalaya: Moorcroft, Gerard, Wilson, Prinsep, Hodgson, Campell y otros, mantuvieron contacto con Csoma. El peculiar y taciturno investigador sólo hablaba de forma animada cuando alguno de sus interlocutores mencionaba a Hungría con amable interés.
Al cumplir los cincuenta y ocho años de edad, Csoma decidió viajar a Lhasa y Asia Central. En Lhasa encontraría el culmen del conocimiento tibetano, y en Asia Central esperaba descubrir la cuna de los magiares. Quería dedicar diez años más de investigación en Oriente antes de regresar a su Hungría natal. Se cree que comenzó este viaje desde el río Hugli en barco, y después, tras desplazarse a pie sobre las regiones cálidas del sur del Himalaya, arribó un 24 de Marzo de 1842 a Darjeeling; en medio de las montañas frescas que le separaban de su anhelado destino.
Allí conoció al doctor Campbell, quien más tarde expresaría su admiración por el conocimiento de Csoma, y su asombro por la curiosa mezcla de orgullo y humildad que conformaban su personalidad. Campbell aseguró que el húngaro conocía varios idiomas, y estaba familiarizado con el hebreo, árabe, sánscrito, pastún, griego, latín, alemán, inglés, turco, persa, francés, ruso, tibetano, hindustaní, marati y bengalí. Por lo visto disponía de un diccionario para cada lengua.
En aquel momento, Csoma había pasado veintidós años viajando, el periodo más largo de ningún europeo desde Marco Polo. Un oficial al servicio del rajá de Sikkim expresó su asombro ante el conocimiento sobre la lengua tibetana y culto lamaísta de que disponía el húngaro.
Campbell apreciaba a Csoma, le agradaba su compañía y lo visitaba frecuentemente. El británico se solía encontrar con un hombre sentado sobre una esterilla, rodeado de cuatro cajas llenas de libros, dentro de un cuchitril miserable. En esa habitación, que no era mucho más grande que un armario, trabajaba Csoma. Allí comía platos simples como arroz, con té de bebida, y dormía sobre una tosca manta de color azul. En ese mismo cuchitril, Campbell encontró a Csoma enfermo de fiebre, un 6 de abril, e intentó en vano hacerle tomar un febrífugo. El siguiente día Csoma se sintió mejor y mantuvo una conversación agradable y vivaz. «¿Qué no darían Hodgson, Turner y otros filósofos de Europa por no estar en mi lugar cuando visite Lhasa?», llegó a exclamar el húngaro, según Campbell. También le contó con orgullo sus largos viajes y años de soledad en la frontera del Tíbet, y se sentía encantado de que el resultado de sus investigaciones hubiera generado tal entusiasmo entre los eruditos europeos.
Campbell escuchaba casi con un fervor religioso en esta conversación, y pensó que quizás Csoma deseaba que ninguna palabra se escapase de su atención, que no se olvidase de ni una sílaba. Luego pasó a hablar de la cuna de la raza húngara en Asia, de los hunos y de los uigures, y de la pista que resolvería el acertijo escondido en algún lugar de Lhasa o Kham, en el extremo oriente de Tíbet.
El 9 de abril, el infatigable peregrino volvió a sufrir de una severa fiebre. Su tez se volvió amarilla, se le hundieron las mejillas y sus pensamientos deambularon por senderos brumosos que le permitirían encontrar el hogar original de los magiares. Fue entonces cuando el doctor Campbell finalmente consiguió que Csoma tomara su medicina. Pero ya era demasiado tarde. En la tarde del 10 de abril, el sabio húngaro cayó en un sueño comatoso, y a la mañana siguiente cesó su búsqueda de la tierra de sus antepasados magiares.
El 12 de abril, el héroe fallecido y mártir fue depositado en su tumba. Campbell leyó unas oraciones mientras el féretro era enterrado; todos los ingleses presentes en Darjeeling en aquel momento asistieron al entierro. La Sociedad Asiática erigió un monumento sobre la tumba, cuya inscripción contenía estas palabras:
… y después de pasar varios años bajo todo tipo de privaciones, y paciente trabajo en la causa de la ciencia, Csoma compiló un diccionario y la gramática de la lengua tibetana, su mejor y más auténtico monumento. En su camino a Lhasa, a dónde se dirigía para continuar sus investigaciones, falleció en este lugar, un 11 de abril de 1842. Requiescat in pace
Csoma había dedicado los años de su madurez a los estudios tibetanos y también sacrificó su vida por ellos. El suyo fue un destino trágico, después de que su sueño de cruzar la Tierra Prometida, la de los libros sagrados, le fuera arrebatado.
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Gravado de la tumba de Csoma de Körös en Darjeeling en 1877. Extraido del libro Im fernen Osten (1881), de Gustav Kreitner |
Setenta años después de la estancia de Csoma en Kanam, Hedin llegó con la esperanza de encontrar algún recuerdo o monumento en conmemoración del sabio húngaro. Tras preguntar a los monjes del lugar, dio con uno de ellos de ochenta años de edad que conocía de la estancia de Csoma en su aldea. Éste le aseguró a Hedin que se le conocía con el nombre de Ganderbek. Este nombre le sugirió a Hedin el de Iskander Bek, como se conocía a Alejandro Magno en el oeste de Asia; quizás Iskander Bek fuera el «nombre de guerra» de Csoma en Asia.
El mismo monje le mostró a Hedin una celda en una cabaña de la que aseguraba se trataba el lugar donde Csoma pasó sus días en Kanam. La pequeña morada se encontraba delante de un balcón con unas vistas impresionantes del río Sutlej. El sueco se imaginó las incontables ocasiones en que Csoma se asomó para contemplar tales vistas, durante tantos años de soledad.
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Fotografía de la residencia de Csoma en el monasterio de Kanum (1996). Wikimedia Commons |
Referencias
- Transhimalaya: Discoveries and Adventures in Tibet (Vol. III), 1913, Sven Hedin.
- Journey Through the Himma-Leh Mountains to the Sources of the River Jumna, Journal of the Royal Geographical Society (1834), W. Ainsworth.
- Die lamaische Hierarchie und Kirche (Vol. II), 1907, Karl Köppen.
- The Life of the Budddha: And the Early History of his Order (1891), Leumann, Bunyu y Rockhill.
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